En opinión de Carlos Ferreyra
Adiós…
De memoria
Carlos Ferreyra
La palabra puede tener diversas intenciones una de ellas, la común, es el cierre definitivo de un ciclo y en este caso, hablamos de recuerdos, memorias y narraciones en general.
Puede representar un alto en el camino, en espera de nuevas ideas de pensamientos refrescantes y de temas que valgan la pena comentar.
Todavía no sé cuál será el futuro de esta columna porque resulta que a mi reiterada proclama de ciego progresivo y de sordo casi total nadie la toma en serio. Y de hecho yo mismo nunca me he tomado en serio por lo que no puedo ahora pedir al resto de la humanidad que haga lo que yo nunca fui capaz de hacer.
Me apena saber que he recibido muchísimas misivas de las que ignoro el contenido ya que no las he leído, y tengo la carga de conciencia de que los cinco lectores de los que despojé al cartujo José Luis Martínez, supongan que se les ignora sobre sus comentarios.
Es muy complicado intentar explicar el caos que se va formando dentro de la cabeza de una persona con mis taras. Me esfuerzo en conservar la coherencia, no desvariar y hacer referencia a hechos poco conocidos o de los que fui protagonista.
Si lo he logrado podrán decirlo quienes gentilmente pierden su tiempo leyendo mis textos. Pero suceden cosas, de las que tengo sospecha o referencia pero ya no puedo constatar ni de vista ni de oído.
Con estas letras quiero que mis posibles lectores comprendan mis limitaciones y la desesperante soledad en la que me encuentro en forma permanente.
Tengo el cariño de mis hijos y de mis nietos, pero ellos tienen responsabilidades y deberes que los obligan a emplear su tiempo en tareas sean escolares, laborales o familiares y poco tiempo les queda para consecuentar a alguien que nunca como ahora, vive de su memoria.
Hace más de un año partió Male, mi Malenita, y sigo sintiendo el pesar de la orfandad y la esperanza de pronto reencontrarnos.
En enero pisaré el séptimo escalón de mi octavo piso sin problema físico, salvo los susodichos sordera y ceguera, además de una creciente falta de movilidad por mi indolencia y no esforzarme por fortalecer algunos músculos. En mi andadera encontré la solución, doy tres pasos, me canso, y ahí mismo está un asiento donde puedo reposar tranquilamente.
No digo pues, hasta luego, porque aunque el ánimo ya no me da para mucho si quisiera que por lo menos familiares y amigos sepan que, como se dice en el barrio, “sigo rolando la canica”.