En opinión de Roberto Abe Camil
Caballero en la guerra
No pocas caras rodean la figura del general Porfirio Díaz. A casi 110 años de su muerte el 2 de julio de 1915 en Paris, su recia personalidad sigue azuzando polémica entre apologistas y detractores, las controversias estriban entre sus facetas de brillante militar, gobernante progresista o bien el dictador que propicio la revolución de 1910, cimiento del actual estado mexicano. Sin embargo, algo que no le pueden negar propios y extraños, es que Don Porfirio, fue un militar nato y que su conducta pública y privada estuvo siempre normada por virtudes militares, tal como si Díaz se hubiera formado en una academia de guerra o en un entorno familiar castrense.
Entre las virtudes mencionadas, fue particularmente preponderante que Don Porfirio fue magnánimo en la victoria y se condujo con la caballerosidad que se espera de los grandes capitanes hacia sus adversarios. Son muchos los referentes históricos que dan cuenta de ello, destacan el haber fundado el reconocimiento y el culto a Juárez, quien no correspondió a los servicios prestados por su entonces joven paisano e incluso Díaz combatió al benemérito en las rebeliones de La Noria y Tuxtepec, la primera fracasada, la segunda triunfante, el Hemiciclo a Juárez uno de los monumentos más bellos de México, fue precisamente levantado por Don Porfirio.
La leyenda cuenta que, en el último viaje de Martí a México, Don Porfirio recibió en audiencia al Apóstol de la Independencia Cubana y se cree que el presidente mexicano vio en el patriota antillano, al joven que él también fue luchando contra imperialistas, conservadores y franceses en su juventud, es importante recordar que Martí años antes dejó México debido a su compromiso con la causa de Sebastián Lerdo de Tejada, adversario político y Militar de Díaz. Cuando Mariano Escobedo fracasó en su intento de rebelión contra Don Porfirio, el oaxaqueño no lo fusiló como se hubiera esperado, sino que le refrendó su reconocimiento al triunfo en Querétaro, lo amonestó y luego lo consoló haciéndolo senador.
Finalmente, a pesar del hito que representó que los maderistas derrotaran a un general del calibre de Juan N. Navarro en Ciudad Juárez en 1911, por cierto, Don Porfirio también cambio el nombre de Paso del Norte a Ciudad Juárez, El Ejército Federal no estaba aún derrotado, pero el viejo caudillo prefirió aun con amargura, renunciar a la presidencia en vez de sumir al país en un baño de sangre, tal como ocurrió un par de años después. En agosto de 1914, cuando el Ejército Federal fue vencido por el Primer Jefe Venustiano Carranza, el alto mando federal, José Refugio Velasco dirigió un mensaje a sus tropas, manifestó que era preferible disolver al ejército federal antes que sumir a la patria en un baño de sangre, en una opinión personalísima consideró que Velasco se inspiró en el ejemplo de Don Porfirio en mayo de 1911, al dirigir su mensaje final a los federales en 1914.
Durante la guerra contra la intervención y el imperio, Don Porfirio destacó por su arrojo y pericia en el arte de la guerra, su bravura fue legendaria y no en vano se dijo que nunca dio a sus hombres una orden que el mismo no pudiera cumplir. Pero también fue notorio su talante de caballero en la guerra, aquí surgen de igual manera diversos ejemplos. El Mariscal Bazaine llegó a ofrecer a Díaz el mando del Ejército Imperial Mexicano, pero Porfirio para bien de la república, tenía muy definida su lealtad y nacionalismo. En 1867, mientras Escobedo con el Ejército del Norte derrotaba a Maximiliano y los rescoldos del imperio en Querétaro, Díaz obtuvo su triunfo más vibrante al tomar Puebla el 2 de abril, la Angelopolis llevaba en manos del enemigo desde mayo de 1863
La victoria del 2 de abril fue no solo una acción brillante desde punto de vista militar, sino una carambola de varias bandas para la república: dejó fuera de combate al sanguinario y peligroso Leonardo Márquez, abonó al triunfo de Escobedo en Querétaro y selló la caída de la Ciudad de México. Al tomar la capital mexicana, Don Porfirio dio muestras de su rectitud como militar, ordenó no izar la bandera nacional hasta en tanto el presidente Juárez no entrará a la ciudad para que lo hiciera el mismo, en base a la ley del 25 de enero de 1862 para castigar los delitos contra la independencia y seguridad de la nación fusiló a personajes como Tomás O Horan y Santiago Vidaurrí que se pasaron previamente al bando imperial, pero también aseguró la vida y la salida de México de militares extranjeros ya rendidos como Carl Kevenhuller. La amistad forjada a partir de entonces con Kevenhuller, permitió años después el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre México y Austria-Hungría.
Una anécdota ampliamente conocida, pero que dibuja a la perfección lo antes mencionado es la que se dio cuando durante su exilio parisino, ya en el ocaso de su vida, Don Porfirio visitó la tumba de Bonaparte. Ahí fue recibido como Jefe de Estado por el general Gustave L. Niox, gobernador de los Inválidos, Niox antiguo veterano de la guerra en México, había combatido a Díaz en Oaxaca. Durante la visita, Niox en un gesto inusual puso la espada de Napoleón en manos del mexicano, Don Porfirio en un principio se rehusó a sostener el arma diciendo que era indigno de ello, pero el general francés repuso:” nunca ha estado en mejores manos” acto seguido Don Porfirio la tomó y ceremonialmente la besó respetuosamente.
Hoy a más de un siglo de distancia, parece aun ser pronto para desterrar la polémica y permitir a Don Porfirio descansar en Oaxaca, tal como fue su última voluntad. Sin embargo, lo que está más vigente que nunca es su conducta como caballero en la guerra, lo cual sin duda es un modelo actual de virtud para civiles y militares en México.