En Opinión De...

   En opinión del Dr. Alejandro Ruíz Robles  
 “¡EL CORTEJO DEL VIEJO!’”  

“Si cada uno de nosotros hace una misericordia al día, se producirá una revolución en el mundo.” (Papa Francisco) 

¡HEY, JOVEN! 

De niño participaba en miles de actividades, éstas iban y venían y mi vigor se mantenía. 

En mi adolescencia, perfectamente toleraba todos los ejercicios y las prácticas que apoyarán mis actividades físicas con miras a los deportes de equipo en que participaba, aunque éstas ya no eran en una forma tan desbocadas como mis acciones de la infancia.

Lo que hasta esa edad era una constante, era el sudor por todos los esfuerzos que hacía por dar las marcas y lograr destacar en los entrenamientos.

En broma el entrenador nos decía “sin sufrimiento no hay mejora”, en aras de traducir la expresión inglesa “no pain, no gain”.

Era común que, para desafiar la resistencia de los miembros del equipo, a menudo nos retáramos a realizar más series de ejercicios o incrementar los tiempos de recorrido por las canchas hasta que el rendimiento de cada uno quedará en evidencia y obviamente, hubiera un ganador.

Cuando se trataba de entrenar precisión en tiros, no importaba si estábamos o no en campeonato, eran horas continuas de práctica hasta que nuestro cuerpo y mente nos lo permitieran.

Era curioso, pero por más cansado que estuviera nuestro cuerpo, reaccionaba con vehemencia a las fiestas o reuniones con amigos. 

En fin, sin pretender tener una condición de superhéroes, era simpático mirar que nada nos detenía cuando se trataba de divertirnos.

En ese contexto, no faltaban las voces de quienes eran mayores que con frecuencia nos decían … “¿qué no te cansas?” y era obvio que sí, pero el ímpetu siempre superaba cualquier estrago que presentarán los cientos de batallas de juventud. 

En casa me decían que mi vigor era equivalente a tener un potro cabalgando en la sala y, realmente, así era. 

¿Aún recuerdas que en esos tiempos te sentías invencible?

¡CRECER Y ENTENDER! 

Conforme pasaba el tiempo, comprendí lo que significaba ser universitario y como consecuencia, tenía que trabajar y el deporte que era parte mi rutina se fue relegando a una que otra noche y al fin de semana.

El estudio desplazaba los ejercicios y el tiempo libre, usualmente lo destinaba a actividades sociales. 

Poco a poco el potro iba madurando y convirtiendo su carácter bronco en un ser mesurado.

Lo que era energía desenfrenada ahora empezaba a contenerse y mostrarse en el crecimiento del abdomen y en una menor resistencia física.

Conforme trabajas y te ocupas de ser un mejor profesional para las circunstancias que afrontas, el cuidado físico se manifiesta más por lo que dejas de comer, lo que controlas al tomar o el tiempo que privilegias para descansar que en hacer actividades físicas o bien, en agotar tu cuerpo de alguna otra manera.

El sedentario desplaza al atleta y con ello, los compromisos sociales y eventualmente, los intereses personales y de pareja absorben el vigor que antes se mostraban en las competencias.

Si se trata de retos, ahora la preferencia era más por los intelectuales que por los físicos y lejos de las medallas, lo que se buscaba era un ascenso, un resultado económico o una satisfacción profesional. 

Años enteros se destinan a este progreso, de tal manera que conforme hay más registros meritorios en la hoja de vida, se desvanecían los retos corporales del joven que se comía el mundo a bocanadas.

El yo aventurero se va integrando a la madurez del ser que ha llegado a cubrir sus principales objetivos y busca mantenerse de ellos; incluso, viendo a otros crecer y alcanzar sus propios ideales. 

Las ilusiones que guardábamos de niños y que buscamos lograr en la madurez, con el tiempo, se convierten en lo que ahora tenemos y deseamos conservar. Si llegamos a todas ellas, excelente; si sólo fueron algunas, disfrutando las conseguidas.

Haciendo un recuento de todo lo que deseaste … ¿qué tanto has alcanzado?

¡UPSSS! … ¿QUÉ HAY DE NUEVO? 

En fin, el tiempo transcurre hasta que un día te percatas que ya te cuesta cada vez más trabajo levantarte de la cama, soñar para realizar y afrontar tus tareas cotidianas.

Para animarte, llegas al espejo y al refrescarte, tomas conciencia de que hay más hilos de plata que peinar que te toman por sorpresa. Lo que antes eran unos que otros en forma aislada, ahora se han convertido en mechones que poco a poco cubren el color original de la cabellera; desde luego, esto pasa hasta que la vanidad nos permita aceptarlo y olvidemos acudir a la estética para que los oculte.

Puede ser que el abdomen se mantenga controlado, pero las marcas que algún día pretendimos lucir, han quedado rezagadas por la grasa que se ha acumulado en mayor o menor medida y que ahora imperan en nuestro cuerpo de ya más de cinco décadas.

No te sientes viejo hasta que son los jóvenes y niños quienes ya te dispensan un trato distinto al de los demás adultos y la imagen de indestructible que te acompañó durante años, cada vez se va mostrando más vulnerable.

El olvido o la lágrima que antes te provocaban sonrisas, ahora son motivo de preocupación a tal grado que tratas de activar tu mente para que los recuerdos se mantengan presentes y buscas distraer tu lado sensible para no mostrarte en público lleno de sentimiento.

Es curioso, pero empiezas a saber que son más frecuentes las enfermedades, incluyendo las tuyas, y los decesos de personas contemporáneas a ti. 

Las bodas de tus amigos que eran la moda hace unas décadas, ahora tienen una variante porque son ya de sus hijos o incluso de sus nietos. 

Las bebidas se intercambian; es decir, el brindis de novios es sustituido por el café de los difuntos.

Los juegos que antes tenías con tus hijos, sobrinos, nietos o niños de tu círculo cercano, pasan a angustiarte ante el temor de que poco a poco seas tú el motivo de diversión y reproches.

Quizás antes eras fantástico y hoy te fastidian tus limitaciones, hasta que te percatas que aún eres ese ser increíble que sin duda te seguirá dando satisfacciones cada día … ¿lo has notado?

¡EL DEJO Y EL REFLEJO! 

Antes era común que me dijeran que no hiciera gestos porque éstos podrían generar arrugas prematuras; ahora, no es necesario hacerlo porque éstas se presentan por sí solas como evidencia de las experiencias acumuladas en todo nuestro trayecto.

Recuerdo que muchas personas me dijeron a lo largo de mi vida que no hay que preocuparse de la edad, sino que es mejor ocuparse de ella; llenándola de cosas positivas que nutran nuestra alma y nos hagan mejores versiones para nosotros y para las personas que amamos.

Así como nacemos, todos algún día partiremos y realmente, solo desaparecemos cuando seamos olvidados por aquellos que en vida nos importaron. 

Pretender complicarnos a estas alturas con problemas reales poco serios o imaginarios sumamente complicados es desperdiciar el tiempo. 

Nadie sabe qué ocurrirá en el minuto siguiente; sin embargo, sabemos que podemos crear momentos únicos que los definan con plenitud, paz y armonía.

Quizás nunca entendamos la razón por la que venimos a este mundo, ni mucho menos porque tenemos que partir de manera incierta; no obstante, podemos aprender paulatinamente a madurar, afrontar de la mejor manera cualquier situación que se nos presente y mantener una mentalidad tan positiva, que habrá quien piense que somos jóvenes hasta el final, endulzados con un suave candor de la actitud traviesa e irreverente que nos acompañó en la niñez.

En muchas ocasiones he tenido oportunidad de platicar con personas próximas a partir de este mundo, ya sea por enfermedades avanzadas, edad o bien, por accidentes, desde luego que no son circunstancias agradables; pese a lo cual, una vez que lo han asimilado, agradecen la oportunidad que han tenido de vivir y ya sea con muchos o pocos pendientes, destierran de su vocabulario el “hubiera” por el “así lo hice”. En mayor o menor medida muestran su orgullo o satisfacción por los logros que tuvieron y la manera en que lo hicieron. 

Escuchar a alguien convencido de su andar siempre es una grata sensación; de hecho, hay quien habla de sus cicatrices y arrugas como si fueran galardones o condecoraciones militares recibidas por sus méritos en la batalla.

Pensar de esta manera y expresarse así, me demuestra que la edad sólo es un número que celebrar en los cumpleaños y una excusa para celebrar la vida como tal.

Realmente, los dígitos son sólo eso; nunca he visto que éstos expresen más que una voz, una razón o un sentimiento; lo que sí es lindo es que vayan acompañados de madurez y gratitud. 

Por una vida plena … ¡BASTA QUE TE CONVENZAS DE VIVIRLA A TU MANERA!

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