El Tzompantli de Tecoaque, un hito dentro del discurso del Museo Nacional de Historia

Redacción Mx Político.- Al empezar su recorrido, el visitante del Museo Nacional de Historia (MNH), Castillo de Chapultepec, se encuentra frente a una de las piezas más impactantes de su colección, la cual representa un punto de inflexión dentro de su discurso: el Tzompantli de Tecoaque.

Los 14 cráneos expuestos en la Sala 1 del recinto del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), adscrito a la Secretaría de Cultura federal, es evidencia de un hecho trascendente en nuestro devenir: la captura y progresiva inmolación de 450 personas en Zultépec, “Cerro de las codornices”, en náhuatl, un sitio localizado en lo que fue la frontera de la región acolhua -aliada de la Triple Alianza, encabezada por México-Tenochtitlan- y el señorío tlaxcalteca.

El director del MNH, Salvador Rueda Smithers, indica que esas 450 personas, hombres y mujeres, partieron de la costa de Veracruz llevando importantes propiedades de Hernán Cortés, muchas de las cuales había quitado a Pánfilo de Narváez, tras derrotarlo, pues cabe recordar que, por instrucción del gobernador de Cuba, Narváez debía aprehender a Cortés y conducirlo a la isla.

A lo largo de ocho agónicos meses, entre el 24 de junio de 1520 y, probablemente, marzo de 1521, los cautivos: europeos, indígenas de las Antillas, tlaxcaltecas, totonacos, mayas, mestizos, mulatos y zambos fueron ofrendados a las divinidades en el sitio, el cual, por estos hechos, sería rebautizado como Tecoaque, “Donde se los comieron”.

La investigadora del MNH, María de Lourdes López Camacho, señala que, en 1991, sus colegas Enrique Martínez Vargas y Ana María Jarquín Pacheco descubrieron 14 cráneos humanos en la Zona Arqueológica de Zultépec-Tecoaque, en Tlaxcala, al interior de una oquedad, los cuales mostraban huellas (perforaciones en ambas regiones parietotemporales) de haber sido colocados en un tzompantli o “muro de calaveras”, que originalmente estuvo en la plataforma adosada al Templo de Quetzalcóatl.

Esos cráneos ­-que carecen del maxilar inferior-, correspondientes a siete individuos femeninos y siete a masculinos, se integraron a la colección del MNH hace dos décadas y, desde entonces, su exhibición permite abordar la complejidad del proceso de invasión española, en la que las poblaciones nativas del territorio que hoy es México, fueron decisivas para su desarrollo.

“Siempre nos hemos preguntado por qué los mexicas, después de la llamada Noche Triste, no persiguieron a los tlaxcaltecas y a los españoles, y los derrotaron. La pregunta está mal hecha. Sí los persiguieron. Ellos iban huyendo, pero no acaba de haber una batalla definitiva. En parte no se daba, porque la epidemia de viruela empezó a mermar la capacidad de acción de los guerreros mexicas; cabe recordar que Cuitláhuac moriría de esta causa. La desconocida enfermedad fue un arma involuntaria que también definió el rumbo de la invasión”, anota el historiador Salvador Rueda.

Los estudios antropofísicos, realizados por los antropólogos Mario Ríos y Carlos Serrano, confirmaron que este conjunto de cráneos corresponde a individuos de filiación europea, así como a una mulata e indígenas mesoamericanos, además de huellas de corte en los cráneos, que indican el sacrificio de los capturados y la posible ingesta de su carne.

“De manera que, el Tzompantli de Tecoaque representa a los primeros prisioneros de guerra tomados por los grupos mesoamericanos y la demostración de que, para ellos, los extranjeros no eran más que humanos, y no dioses, como algún presagio pudo indicar inicialmente. Por tanto, podían ser sacrificados a las verdaderas divinidades”, apunta López Camacho.

Ambos especialistas concluyen que el Tzompantli de Tecoaque simboliza el origen de la diversidad étnica de la naciente Nueva España y posterior nación mexicana, de ahí que frente a él se colocó una mampara conformada por los múltiples rostros de mexicanos actuales, “con ello se quiere transmitir el mensaje de que los ojos de hoy miran hacia el origen de su historia: el violento encuentro del siglo XVI no fue solo entre españoles e indígenas, significó la fusión de distintas etnias y culturas, un crisol humano”.

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