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   En opinión de Gregorio Ortega Molina  
 La Costumbre del Poder: Perdonar, no olvidar, pero tampoco confrontar, dividir, amargar  

*El mestizaje como meta civilizatoria debe olvidarse, lo mismo que la asimilación. Debemos rescatar la cultura e idioma de los pobladores originarios, y dotarlos de armas, entre ellas y la principal, el español como segunda lengua, para que puedan salir del mundo que los encierra. Los sobrevivientes de la Shoa apuestan al perdón, pero sobre todo a la memoria, el olvido es lo que mata. Ni el 12 de octubre ni la estatua de Colón deben desaparecer, sólo debe ubicárseles en su contexto, de otra manera los olvidados seremos los que estamos en el presente

Gregorio Ortega Molina

La pauta para evitar que los episodios atroces del pasado remoto y reciente se olviden y reactiven otra vez a los gobiernos responsables de esos crímenes, está en los motivos que determinaron la entrega del Nóbel de la Paz de este año, a los sobrevivientes japoneses de dos bombas atómicas.

     La entrada de la nota de El País, de Guillermo Abril, es lo suficientemente clara para saber que el recuerdo, sin confrontación, es el mejor remedio contra el olvido, contra lo que no debe ocurrir: “En estos tiempos bélicos en los que la amenaza atómica sobrevuela de nuevo el globo, el Comité Nobel noruego ha concedido este viernes en Oslo el Premio Nobel de la Paz del año 2024 a Nihon Hidankyo, la única organización nacional japonesa de los llamados hibakusha, los supervivientes de la bomba atómica de Hiroshima y Nagasaki. El galardón se le ha otorgado <<por sus esfuerzos para lograr un mundo libre de armas nucleares y demostrar, mediante el testimonio de testigos, que las armas nucleares no deben volver a utilizarse nunca>>, expresó el presidente del Comité Nobel noruego, Jorgen Watne Frydnes”.

     Nuestro gobierno, tanto el primero como el segundo piso de la 4T, decidieron el camino de la confrontación verbal y diplomática, porque es lo que políticamente les reditúa para promover un absurdo nacionalismo que justifica su idea de soberanía energética y otras actitudes más acordes con una trasnochada idea de república bolivariana, lejos de la realidad, el comercio, la economía, el poder político para servir, nunca para servirse como ahora lo hacen.

     Pero hay quienes están de acuerdo con esa postura de revisar el pasado y cobrar una satisfacción diplomática, no histórica, que a nada conduce sino a una demagogia pasada de moda.

     Un inteligente, culto y sabio amigo, en referencia a mi texto del 16 de octubre –Somos nuestra historia, imposible negarlo– último y a una respuesta mía, desea dejar clara su posición frente a mi opinión: “Sería absurdo ignorar nuestra herencia española. Está presente, nos guste o no. Pero eso no nos obliga a aceptarla íntegramente. La brutal reducción del número de indios del México central, que pasó de 25 o 30 millones a la llegada de los conquistadores a un millón y cuarto a principios de la centuria siguiente se llama genocidio, la esclavización de los pobladores originarios en beneficio de los conquistadores tampoco es digna de elogio ni mucho menos la tortura practicada de mil maneras por la soldadesca de Cortés o por la Santa Inquisición. Otro aspecto condenable de la conquista es la sobreexplotación de las riquezas naturales y su exportación a Europa sin que acá se recibiera algo benéfico a cambio. Imponer una cultura aplastando o de plano suprimiendo otras de ninguna manera es algo digno de elogio. En fin, que hay muchas razones para reprobar la conquista. España lo celebra, nosotros no debemos hacerlo. Espero que estemos de acuerdo, porque los seres civilizados del siglo XXI no pueden aplaudir el intervencionismo ni la brutalidad de toda guerra de conquista.

     “El trono español es heredero directo del reino de Castilla y Aragón, se beneficia de su herencia, la que incluye también un pasado ominoso. Nada perdería España si aceptara que como potencia colonial realizó actos que avergüenzan a la humanidad. Por supuesto, en el México independiente los indios mexicanos han sufrido y sufren hasta ahora discriminación, explotación, malos tratos, injusticias y mil cosas más de las que España no es culpable. A lo largo del siglo XIX los gobiernos conservadores aspiraban a efectuar una mezcla racial que nos equiparara a los países europeos. A la caída de Maximiliano, los gobiernos liberales empezaron a rescatar la cultura virreinal y prehispánica, pero en el porfiriato se emprendió una guerra de exterminio poniéndole precio a cada cabellera de hombre, mujer, anciano o niño. En esa cruzada participaron alegremente algunas autoridades estatales, sobre todo el gobierno de Chihuahua, hasta echar del país a los apaches y otras etnias para que Estados Unidos los metiera en las llamadas <<reservaciones>>, mezcla de corrales y cárceles que todavía existen. Los gobernantes mexicanos también deberían pedir perdón por las canalladas del colonialismo interno y proceder a reparar el daño en lo posible, pero de los indios suele hablarse en pasado, no en presente, mientras que se extinguen las lenguas nativas, lo que muestra el poco aprecio de los gobernantes por los pueblos originarios. Es indignante. Te mando un abrazo”.

     En lo esencial coincidimos, rescato de mi texto del 16 de octubre lo siguiente, tomado de Simone Weil: “Sería vano apartarse del pasado y no pensar más que en el futuro. Es una ilusión peligrosa incluso creer que hay en ello una posibilidad. La oposición entre pasado y futuro es absurda. El futuro no nos aporta nada, no nos da nada, somos nosotros quienes, para construirlo, hemos de dárselo todo, darle nuestra propia vida. Ahora bien: para dar es necesario poseer, y nosotros no tenemos otra vida, otra savia, que los tesoros heredados del pasado y digeridos, asimilados, recreados por nosotros mismos. De todas las necesidades del alma humana, ninguna más vital que el pasado”, nos instruye Simone Weil, con la absoluta certeza de que rechazar el pasado es desconocer nuestro origen, piedra de toque para edificar el futuro.

     “El pasado destruido no se recupera jamás. La destrucción del pasado quizá sea el mayor de los crímenes. Hoy la conservación de lo poco que queda debería de convertirse casi en una idea fija. Es preciso detener los desarraigos terribles que provocan siempre los métodos coloniales de los europeos, incluso en sus formas menos crueles… También hay que tener en perspectiva, ante todo, en cualquier innovación política, jurídica o técnica susceptible de repercutir socialmente, un acuerdo que permitiera a los seres humanos recuperar sus raíces”.

     El mestizaje como meta civilizatoria debe olvidarse, lo mismo que la asimilación. Debe rescatarse la cultura e idioma de los pobladores originarios, y darles armas, entre ellas y la principal, el español como segunda lengua, para que puedan salir del mundo que los encierra.

     Los sobrevivientes de la Shoa apuestan al perdón, pero sobre todo a la memoria, el olvido es lo que mata. Ni el 12 de octubre ni la estatua de Colón deben desaparecer, sólo debe ubicárseles en su contexto, de otra manera los olvidados seremos los que estamos en el presente.

www.gregorioortega.blog                                                  @OrtegaGregorio

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