En opinión de Miguel Valera
La inmortalidad del cangrejo
Miguel Valera
Liliana Mirón Rivera fue la primera persona que me preguntó, una mañana soleada de septiembre, cuando el verano llegaba a su ocaso, si “estaba pensando en la inmortalidad del cangrejo”. Su pregunta, lanzada a bocajarro, mientras descansaba en una banquita de la Escuela de Bachilleres “Adolfo López Mateos”, allá por La Boticaria, en la zona conurbada Veracruz-Boca del Río, me desconcertó.
Yo, que tenía interés en la filosofía, había pensado ya alguna vez si eso de la inmortalidad era posible, pero nunca me había planteado la pregunta para un cangrejo. Me parecía que la inmortalidad era sólo un anhelo del ser humano. Aristóteles, quien fue uno de los primeros en señalar que el alma era inmortal, nunca presentó pruebas contundentes para ello. Pero ¿entonces el cangrejo sí tiene alma?, era la preguntaba que me dejaba Lilí esa mañana soleada.
Yo, que había venido de un rancho a la ciudad y que había recibido el cariño, el afecto y la amistad de una chica citadina, cuyo padre era un académico reconocido, nuestro profesor de Sociología, no podía estar equivocada. El mismo Aristóteles, reflexioné ahí, había hecho una distinción entre el alma espiritual —la del ser humano, inmortal— del alma sensitiva —la de los animales— que al igual que el alma vegetativa —de las plantas— no tenía el don de la inmortalidad.
La verdad es que su frase me puso en un gran dilema. Si el cangrejo es inmortal, pensé, entonces Aristóteles estaba equivocado con respecto al “alma sensitiva” de los animales y tenía razón en su afirmación de la inmortalidad del alma humana que a todas luces tenía mayores capacidades que la del cangrejo.
Ya en la Escuela Secundaria “Miguel Alemán Valdés”, en Paso de Ovejas, un profesor me había regalado un libro que llevaba por título “El maestro en casa”, en donde hablaba de los animales más longevos de la tierra. Ahí por primera vez supe que biólogos marinos y científicos habían catalogado a una “Esponja Antártica” como la especie más viejita del planeta, con 15 mil años de vida.
“Tanto en las esponjas como en los corales se han encontrado longevidades de cientos o miles de años”, se leía en el cuadernillo. De ahí seguía la “Almeja de Islandia”, con 507 años de vida y el Tiburón de Groenlandia, con 400 años. La lista era larga, con tortugas gigantes de los Galápagos con 150 años, hasta ballenas de 200 o erizos de mar de 50, 100 o 200 años.
“No, no, no”, me sacó Lilí de mis cavilaciones. Esto de la “inmortalidad del cangrejo” es una frase que decimos aquí cuando alguien está en la “baba”, “distraído”, pensando en cualquier cosa. Como no me vio tan convencido, siguió explicándome: mira, los cangrejos en realidad viven de 3 a 20 años. Algunos pueden llegar a los 30, pero no más.
Esa frase de la “inmortalidad del cangrejo”, aunque es muy común, en realidad tiene sus raíces en la mitología griega. Se dice que Zeus se encontró en alguna ocasión con un cangrejo quien le habló de su inmortalidad. La explicación del crustáceo fue que eran inmortales porque al caminar de lado engañaban al tiempo que suele ser lineal. Por eso nunca envejecían. Entonces, añadió Lilí, la inmortalidad estaba en su modo de caminar, pero eso es solo un mito, un dicho, una frase popular.
Pero bueno, ya deja de pensar en eso y vente, te invito un pay de piña, de esos que te gustan aquí en la tienda. Entonces dejé mis pensamientos sobre la inmortalidad y seguí a Lilí en las canchas de ese colegio que dirigía “El Colega” Pablo Manuel Pérez Kuri y que tantos recuerdos me dejó de mi primera juventud.