En Opinión De...

   En opinión de Miguel Ángel Romero  
 La orfandad política mexicana no debería voltear a ver a Trump  

 Miguel Ángel Romero Ramírez

En la sociedad mexicana, la falta de representación política ha dejado a un sector importante sin un horizonte claro. Muchos de los que no se sienten identificados con Morena ni con la presidenta Claudia Sheinbaum encuentran en Donald Trump una figura que, paradójicamente, les resulta atractiva. Esta seducción surge de la necesidad urgente de un contrapeso que desafíe la concentración de poder en México, toda vez que los partidos políticos de oposición en el país son irrelevantes y están sometidos gracias a la debilidad de sus «líderes» ante las mil y un formas que tiene el régimen para presionarlos y someterlos.

Si bien la sensación no es fortuita, está siendo malinterpretada. Todavía no toma posesión el «monstruo naranja» y los mexicanos desencantados con la Cuarta Transformación ven con júbilo como el gobierno de México está siendo orillado a trabajar a marchas forzadas para detener capos de la droga, decomisar piratería china, desarticular bandas de crimen organizado incrustadas en gobiernos municipales, interceptar fentanilo y resolver crímenes de alto impacto; todo, con tal de establecer un piso de negociación medianamente equilibrado con un Donald Trump recargado y más poderoso, racista, misógino, xenófobo y proteccionista que antes.

Pero su figura es, en esencia, simbólica. No lo ven como un aliado, sino como un actor que encarna la confrontación y la ruptura, dos elementos que consideran necesarios para cambiar el rumbo del país. La idea de un liderazgo fuerte y la construcción de una narrativa de contrapeso real resuenan en un grupo que siente que el sistema político mexicano -en manos de Morena- ha monopolizado el poder y dejado, a la ya de por sí debilitada democracia, en los huesos.

Sin embargo, esta idealización de Trump ignora la naturaleza de sus intereses. Trump vela exclusivamente por su agenda. Le habla a sus electores sin importarle en lo más mínimo el contexto mexicano. La evidencia, hasta el momento, permite hacer una hipótesis de lo que viene: El gobierno de México será, de facto, el muro entre Estados Unidos y América del Sur.

La crisis migratoria será un problema en la región se concentrará en territorio mexicano en donde confluirán los millones de deportados del norte más los millones de sudamericanos que quedarán atorados aquí. México, convertido en carcelero y perseguidor de migrantes. Ni en el sexenio de Andrés Manuel López Obrador ni en el actual son relevantes los derechos humanos, siempre y cuando se cumpla con los objetivos que imponga nuestro vecino del norte.

En lo que se refiere al combate al crimen organizado, el gobierno que encabeza Claudia Sheinbaum ha dado el visto bueno para que personal militar del Ejército de los Estados Unidos de América participe aquí en México en la actividad de adiestramiento denominada «Fortalecer la Capacidad de las Fuerzas de Operaciones Especiales de la Secretaría de la Defensa Nacional». Después de que Trump definiera que Ronald Johnson, un ex boina verde, será su Embajador en México, a muchos especialistas en materia de seguridad, ambas acciones les recordó la «colaboración» que tuvo Estados Unidos en Colombia a inicios de la década de 1980. En ese momento la narrativa era detener la proliferación de cocaína que mataba a su población. Ahora lo es el fentanilo. Se antoja difícil que los derechos humanos y la soberanía mexicana sean relevantes en los próximos años en este rubro.

En ambos lados del Río Bravo, las sociedades enfrentan el populismo destructivo impulsado por mayorías autoritarias. Los mexicanos desencantados con Morena y la gestión de Sheinbaum cometen un error estratégico al considerar a Trump como alternativa, pues solo encontrarán una decepción mayor. Al «monstruo naranja» no le preocupa la salud democrática de su nación, mucho menos la de México. No tiene interés en proteger las instituciones, garantizar los derechos humanos, fomentar una prensa libre que cuestione al poder, ni en fortalecer los mecanismos de rendición de cuentas. Tampoco le importa si continúa el derramamiento de sangre en territorio mexicano.

La atracción por Trump, entonces, no es más que un espejismo. Su figura representa, en el mejor de los casos, una salida emocional para quienes se sienten marginados y en la orfandad política al no encontrar en los partidos como el PRI, PAN y MC, una representación ante su pequeñez y pusilanimidad. La solución, aunque compleja, radica en la construcción de un proyecto político con identidad nacional que responda a las necesidades y aspiraciones de los ciudadanos. En ese circuito, sobra decir, que Acosta Naranjo, Xóchitl Gálvez, Fernando Belauzarán, y compañía, son igual o más irrelevantes que la «oposición» institucionalizada: personajes refritos que se rehúsan a ceder el paso a nuevos liderazgos.

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba