En opinión de Rodolfo Villarreal Ríos
Las condiciones de vida, a mitad de los 1920s, de los trabajadores mexicanos en los EUA
RODOLFO VILLARREAL RÍOS
El tema de la emigración de mexicanos hacia los Estados Unidos ha sido una constante histórica. Los problemas que hoy se presentan se han agravado porque las autoridades de nuestro país convirtieron el territorio nacional en un puente extenso, en el que cabía alimentación, albergue y transporte, para que sujetos de todo tipo se aproximaran a la frontera Mexico-EUA y cruzaran sin tener los documentos que legalmente los autorizaran.
Ello creó un problema con nuestros vecinos, mismo que ahora nuestras autoridades tratan de evadir. Ante eso, dada la condición de historiador de este escribidor, decidimos irnos a dar una vuelta para ver lo que sucedía hace un siglo por los campos agrícolas estadounidenses y como se trataba a los mexicanos que andaban por allá ganándose el sustento.
Durante los inicios de la década de los 1920s, el paso de espaldas mojadas (calma, criaturas amantes de la corrección política, así los llamaban) se convirtió en un negocio muy lucrativo a lo largo de la frontera. A pesar de ello, narran las crónicas, la mayoría de los mexicanos quienes cruzaban, sin cubrir los requisitos legales, preferían hacerlo sin ayuda, tomando ventaja de la carencia de vigilancia del lado estadunidense, y posteriormente buscar contratarse directamente.
Al calce debemos de apuntar algo que vivimos a inicios de la década de los 1990s en un sitio cercano a Ciudad Juárez, Chihuahua, en donde la frontera entre ambas naciones estaba marcada con una cerca construida con alambre de púas y postes. No, no andábamos en condición de ilegales, tratábamos un asunto de una inversión binacional, las cosas las manejamos de tal manera que, por hacerlo de manera excelente, despertó las envidias y los temores de un eunuco quien, mediante quien sabe que artes, convenció al entonces nuestro superior jerárquico y por vez única en nuestra vida, nos renunciaron. Pero dejemos disgregaciones y volvamos al tema central.
En 1920, México era gobernado por un estadista, Venustiano Carranza Garza, quien reconocía los problemas que enfrentaba y en consecuencia buscaba como solucionarlos. En ese contexto, estableció un contrato modelo que garantizaba a los trabajadores mexicanos, quienes buscaban irse a laborar a los EUA, ciertos derechos mencionados en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.
El contrato exigía que los ganaderos-agricultores estadounidenses consintieran que los trabajadores llevaran a sus familias durante el período del contrato. A ningún trabajador se le permitía partir hacia los Estados Unidos sin un contrato, firmado por un funcionario de inmigración, que estableciera la tasa de pago, el horario de trabajo, el lugar de empleo y otras condiciones similares. Eso fue, podríamos decirlo, el antecedente del Programa Bracero. Los problemas al respecto no cesaron.
En 1922, el gobierno de los EUA decretó que no era necesario presentar documento alguno para que los mexicanos ingresaran a ese país. Eso duraría muy poco ya que, en 1924, se crea la Border Patrol (Patrulla Fronteriza) y se emite, a propuesta de dos miembros del Partido Republicano, el Representante por Washington, Albert Johnson, y el Senador por Pennsylvania David A. Reed, la Ley de Inmigración que establecía las visas como requisito para cruzar la frontera.
Aun cuando la población estadounidense no consideró inmediatamente a los mexicanos como “extranjeros ilegales”, la ley consideraba a los trabajadores indocumentados como fugitivos. Antes de continuar, veamos cuantas personas cruzaban legalmente y el número de quienes conformaban la población mexicana en los EUA.
El numero de personas quienes cruzaron de Mexico hacia los EUA creció de 51 mil a casi 888 mil entre 1920 y 1924. Asimismo, a lo largo de la década de los 1920s, la población de origen mexicano viviendo en aquel país, se incrementó de 1.2 a 1.7 millones, lo cual significaba el 1.1 porciento y el 1.4 por ciento respectivamente de la población total. Los nativos en Mexico viviendo allá, se incrementaron de 500 mil a 600 mil. Retornemos al tema de los paisanos laborando por aquellos rumbos.
La implantación de la Ley hizo que el flujo migratorio de quienes lo hacían sin documentos se redujera, pero no lo cesó. A la vez, otro fenómeno aparecía, la Patrulla Fronteriza carecía de personal suficiente y estaba bajo presión constante en la región del suroeste ya que los agricultores, le demandaban que, durante la época de cosecha, relajara la vigilancia. En ese entorno, se suscitaban situaciones varias en la relación laboral no solamente en los estados fronterizos.
El 1 de septiembre de 1924, El Demócrata publicaba un titular que se leía: “Tormentos verdaderamente dantescos sufren los braceros mexicanos en Wyoming, Montana, Idaho y Texas”. El cuerpo de la nota daba inicio mencionando la situación que sufrían los trabajadores en los campos betabeleros en las entidades mencionadas y en Colorado. Se mencionaba que en el diario señalado fueron recibidas misivas diversas enviadas por connacionales. En ellas, daban “cuenta de los abusos que cometen con ellos los enganchadores, los rancheros, los capataces, y los elementos que se aprovechan de su ignorancia de las costumbres, el idioma, y las leyes del país [EUA] para hacerlos sus víctimas”. Ante la indefensión, los braceros mexicanos ubicados en Newdale, Idaho, decidieron acudir, vía una carta, ante el cónsul de Mexico en El Paso, Enrique D. Ruiz.
En ella, mencionaban el caso de una compañía azucarera que los contrató para ir a cosechar betabel. Les ofreció “regulares salarios y cuando ya se encontraban en los lugares a donde tenían que ir a trabajar, la empresa les pagó salarios muy bajos, obligándolos a pasar muchos días sin ocupación, no obstante que conforme al contrato firmado se estipulaba que el trabajo principiaría desde el momento que arribaran a los campos los braceros”. Ahí no terminaba el abuso. Una vez que todos los trabajadores mexicanos estuvieron en el sitio de labores, “les hizo firmar un nuevo contrato por cinco años de trabajo, amenazándolos con hacerles considerables descuentos en sus jornales si se rehusaban a firmar esos contratos infames”. Sin embargo, hubo quienes se resistieron a firmar y pagaban las consecuencias.
Se “les cerró el crédito que tenían abierto en las tiendas de ropas y comestibles que existen en los campos”. Aunado a ello, los pobladores de Newdale “miran con recelo a nuestros compatriotas considerando que todos ellos han ido allá con el fin exclusivo de quitarles el trabajo, competirles ofreciendo su esfuerzo por un jornal mínimo y de allí que todos estos elementos los hostiguen y les hagan blanco de sus iras, al extremo de que los mexicanos temen, con razón, que llegue a suscitarse algún día un encuentro armado entre norteamericanos y mexicanos”. Aun había otras situaciones de dramatismo mayor.
En Rochester, Wyoming y en Billings, Montana, “familias enteras se encuentran soportando toda clase de privaciones bajo la constante amenaza de que serán obligadas a abandonar las casas que les han siso proporcionadas para vivir, sino se doblegan a determinadas condiciones o callan ante los caprichos bochornosos de amos y capataces”. Asimismo, “muchos braceros mexicanos que tiene deseos de regresar a la patria y abandonar esos campos infernales, no pueden hacerlo por falta de fondos, o porque rancheros, contratistas, enganchadores y todo mundo se encargan de ponerles trabas con la intención infame de mantenerlos forzosamente en los campos, para no tener necesidad, a los pocos meses, de buscar nuevos elementos”. Una situación más grave se vivía en el sur estadunidense.
En Mississippi y Lousiana, “en algunos de dichos campos se obliga a los braceros mexicanos, exclusivamente, a trabajar jornadas de diez horas y de doce horas diarias, sin reconocerles tiempo extra; se les retarda el pago de sus salarios; no se les permite salir de la jurisdicción que comprenden los campos, y en casi todos los trabajos son cuidados por capataces inhumanos quienes los hostilizan de todas maneras”. Por supuesto que no todos se sometían mansamente a aceptar vivir bajo ese régimen de terror y buscaban como fugarse.
Al hacerlo y creer que habían logrado el éxito, se encontraban con una persecución atroz. Acorde con la nota de El Demócrata, aquello se convertía en “una autentica caza del hombre, pues los rancheros llaman en su auxilio a los capataces de todos los campos y a los vecinos rurales y armados hasta los dientes y utilizando caballos, perros, automóviles y cuanto se cree prudente, se lanzan por los campos en desesperada cacería y no descansan hasta que cogen vivo o muerto al prófugo, o bien hasta que fatigados por enorme recorrido hecho por los campos vecinos, regresan a los campos indignados y resueltos a dejar sentir su ira y su despecho sobre el resto de los braceros mexicanos que ninguna culpa tienen de acciones ajenas”.
Por si algún ingrediente faltaba en aquello que se acercaba más a una versión previa de los campos de concentración, claro sin hornos crematorios, veamos lo siguiente.
Se mencionaba que: “la crueldad…en aquellos campos [agrícolas] para los braceros mexicanos llega a tal extremo que [los] que sostiene correspondencia con sus amigos o familiares, residentes en México o en propio territorio de los Estados Unidos, se ven obligados a mostrar las cartas que escriben, a los capataces, para que estos las aprueben y den su consentimiento para ser enviadas al correo… de esa manera se busca evitar que el resto del mundo conozca los sufrimientos que pasan todos aquellos pobres hombres”.
Como se puede dilucidar de lo transcrito, de poco servía firmar contratos sancionados por las autoridades si en el campo de los hechos eran convertidos en letra muerta. Nada tiene de criticable que haya quienes, siguiendo las normas establecidas, vaya a otra nación en busca de mejores condiciones de vida.
Lo que no se vale es transgredir la ley y luego llegar a otros sitios exigiendo se les dé, esto o aquello, enarbolando la bandera del pobrecito y haciendo gala de que ellos no tienen porque someterse a las leyes de convivencia de la nación a la que llegan. Ni mucho menos dedicarse a cometer atrocidades para satisfacer vaya usted a saber que oscuros instintos. Eso es válido hace una centuria o en nuestros días.
Quienes se trasladan de una nación a otra para hacerla su sitio de residencia deben de hacerlo bajo la premisa de que van a realizar un esfuerzo mayúsculo para mejorar su situación de vida y en ello va implícito entender que hay que cumplir procesos y normas para instalarse ahí, al tiempo que buscan integrarse a la sociedad que los recibe sin que ello implique renegar de sus orígenes.
Por supuesto que, en el ayer, como lo hemos referido, y en el hoy, nunca faltan los discriminadores, unos ejerciendo sus acciones en función del color de la piel, los llamados “rednecks”; y otros encubiertos en una bondad supuesta que demanda el lacayismo del recién llegado, son los que ejercen como miembros de la “Plantación Demócrata” para quienes todo inmigrante se mueve entre la servidumbre y la limitación intelectual y hay de aquel que no reúna estas características… [email protected]
Añadido (25.02.04) De pronto, en México, por todos lados brotaron expertos en asuntos de cocina, pero no de cualquier nivel, sino puro chef. ¿En dónde adquirieron sus conocimientos culinarios en la materia?
Añadido (25.02.05) Al parecer no conoce lo que le sucedió a José López Portillo por burlarse del presidente de los EUA, entonces llamado James Earl Carter. Una revisada a los libros de historia nunca está de más. Ahora que, si quiere actualizarse con asuntos del momento, además de lo que alguien a quien tiene muy cerca le puede comentar, hay varios volúmenes que tratan sobre la reacción que el del presente inmediato tiene hacia quienes buscan ridiculizarlo o lo tachan de mal informado.
Añadido (25.02.06) El maicito es escaso, pero siempre habrá suficiente para hacer que algunos pollos regresen al corral y píen la tonada al ritmo que les indica la mano que les tira el grano.
Añadido (25.02.07) Observar las imágenes y leer acerca de la reacción que el gobernador de California y la alcaldesa de Los Angeles han tenido, ante la desgracia que por allá se enfrenta, es toda una muestra de ineptitud rampante. Son dos criaturas producto de la corrección política de un puñado de electores a quienes les lavaron el seso con el cuento del cambio climático, la equidad de género y la pigmentación cutánea.