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   En opinión de Joel Hernández Santiago  
 México y España: encuentros y desencuentros  

Joel Hernández Santiago

La presidente Claudia Sheinbaum se hizo eco, como en muchos otros asuntos, de la decisión del ex presidente, López Obrador, de no invitar al rey de España Felipe VI a su protesta ante el Congreso de la Unión.

Y no lo hizo, dijo, porque el rey no contestó una carta de 2019 que le envió el entonces mandatario mexicano para pedir que la corona española pidiera perdón a los mexicanos por lo ocurrido hace quinientos años aquí.

Desde el principio resultó absurda la petición del entonces presidente de México, de reclamar por “las atrocidades cometidas durante la invasión española a México”.

Impulsado por una mala interpretación de la historia, o por alguien que no conoce el criterio del historiador, el mandatario mexicano, dijo que España debía esa satisfacción a México; lo que resulta extraño porque hace quinientos años no existía España en su sentido de Estado, Gobierno y Monarquía Parlamentaria como es hoy y México aún no existía; lo de aquí era un extenso territorio habitado por distintas culturas de origen no integradas en un cuerpo nacional ni Estado ni país.

Es así que en marzo de 2019 el presidente mexicano envió esa misiva al Rey de España y otra al Papa Francisco en la que reclama la necesidad de “reconocer y pedir perdón” por los abusos cometidos por los españoles en aquel momento.

La misiva fue enviada dos meses después de que Pedro Sánchez, el jefe de gobierno español, viajara a México y se convirtiera en el primer mandatario extranjero en visitar a López Obrador y a quien, como regalo, entregó una partida de nacimiento de los ancestros de Obrador en España.

Esto es: Los antecedentes españoles de Andrés Manuel López Obrador, según documentación existente, pasan por la localidad cántabra de Ampuero. Ahí existe la partida de nacimiento del abuelo, José Obrador, del 11 de marzo de 1893.

A partir de ese legajo, se muestra la nota del peregrinar de la familia Obrador. La primera página describe la historia de José, un muchacho hijo de guardia civil que en 1917 sale de la casa cuartel donde vive en Ampuero, sin más equipaje que un saco de consejos paternos para ser un hombre recio.

Su padre, Esteban Obrador Mayol era un mallorquín destinado a la villa ampuerense, donde fijó su residencia definitiva junto a su esposa, Felipa Revuelta López, natural de Entrambasaguas, también en Cantabria.

Con todo y esto, López Obrador, en compañía de su esposa, quien muy probablemente le indujo a tal reclamo, explicaba los motivos de esta exigencia. Frente a un templo maya dijo que “la llamada Conquista, o descubrimiento, o encuentro entre dos mundos o culturas, en realidad fue una invasión y se cometieron muchas arbitrariedades, se sometió a los pueblos de nuestra América”.

“Es necesario que se haga un relato de agravios y que se pida perdón a los pueblos originarios por las violaciones de lo que hoy llamamos derechos humanos. En estas tierras hubo matanzas, imposiciones… La llamada conquista se hizo con la espada y la cruz, las iglesias se edificaron encima de los templos indígenas”.

Si. Todo sí. Los soldados, impulsados por la ambición, acudieron al llamado de los metales: oro, plata… Eran hombres de su tiempo que utilizaron las armas para la conquista. Tenían la pólvora y tenían a los caballos, la espada y sus armaduras. Y las usaron. Y se establecieron aquí, en lo que aún no era México pero que poco tiempo después sería el virreinato y surgió entonces el mestizaje.

Otra cosa que no se puede dejar de lado es que la famosa Conquista no hubiera sido posible si los españoles no hubieran contado con el apoyo de grupos indígenas, sobre todo los tlaxcaltecas.

Había aquí una lucha entre diferentes grupos y los conquistadores se montaron en ella para aprovechar las inquinas y los odios entre los habitantes de este territorio. Los enemigos de los aztecas se dejaron seducir y al mismo tiempo querían venganza por los agravios cometidos.

En sus enseñanzas de historia, don Luis González y González, el gran historiador mexicano, insistía-insistía-insistía, en que la historia debe estudiarse en sus propios términos. No podemos aplicar criterios actuales a circunstancias y formas de ser y entender la vida de aquel momento.

Sí. Hubo masacres. Hubo crímenes. Abusos. Todo imperdonable. Pero precisamente la historia tiene el registro de lo ocurrido aquí y ese es el castigo eterno: el registro de los hechos para conocimiento de todos nosotros. Y para que esa historia no se repita.

O como dijera George Santayana: “Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”.

Eso es. No repetir los errores es el ideal. Sin embargo un error de gobierno es vivir en el pasado, y recuperar del pasado aquello que mejor acomoda a los intereses políticos del gobierno en turno, como ocurrió en el sexenio de López Obrador que reducía los hechos históricos sin entenderlos y sí para abusar de ellos políticamente.

Lo mejor será restablecer las relaciones con un país que nos es familiar. Que nos entendamos en aciertos, errores, deficiencias y grandezas y que caminemos cerca para sacar mejor provecho de las relaciones entre ambos pueblos, y entre los gobiernos…

…Lo que es la función de la política exterior: mirar por los intereses del país, por su engrandecimiento y por su trascendencia; para prevenir conflictos, garantizar la justicia, mantener la paz y lograr la prosperidad. Y nada de chismarajos que no llevan a ningún lado.

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