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Municipio indígena de Oaxaca utilizan Yuca, Iguana y Pejelagarto para su altar de muertos

Redacción Oaxaca Político / El Universal.- Es la madrugada del 1 de noviembre y en el pueblo chinanteco de San José Chiltepec no han dejado de sonar las campanas de la iglesia. Los habitantes esperan que amanezca para que lleguen las ánimas que vienen en pena. Las guían con cirios resplandecientes y veladoras afuera de sus casas. 

Dicen sus habitantes que cuando desciendan los muertos del cielo nublado, encontrarán la mejor comida en las que fueron sus casas: tortillas de yuca, caldo de mojarra, menudencias de pollo, tamales de cochino, frijoles con bolitas de masas, plátano asado, iguana y pejelagarto frito.

San José Chiltepec es un icono de la fiesta de los muertos en laCuenca del Papaloapan. Centenares de turistas visitan la comunidad, recorren los altares de las casas, reciben de regalo mole con arroz y chocolate con pan. Es uno de los municipios más pequeños en el norte de Oaxaca, que durante Día de Muertos realiza una fiesta con comparsas, catrinas, festivales escolares, concursos de altares. Un pueblo transformado cuya vida y comercio está ligada históricamente al río Valle Nacional y la carretera federal 145, en las faldas de la Sierra Juárez: senderos de agua y asfalto que atraviesan en estas fechas un pueblo encendido. 

La panza llena de los difuntos 

 

Concepción Castillo, doña Conchita, tiene uno de los altares de muertos con mayor tradición en el municipio. Cocina desde el 28 de octubre los tamales de pollo y cerdo, pero tres días antes marina la carne en chile ancho y chipotle seco, es una experta en el tamal jarocho envuelto en hoja de plátano verde. 

“Era el tamal favorito de mi papá, costillita deshebrada con manteca y masa batida a fuego lento, no como esos de la ciudad de Oaxaca que están todos secos”, dice. Doña Conchita lleva 50 años con esta tradición. Se la enseñó su madre, y a su madre su abuela. Y ella se la enseñó a sus hijos, que también ahora ponen altares en sus casas, aunque ya no vivan con ella.

Durante 20 días la familia de doña Concepción se reúne para preparar copal, incienso, velas. Deciden quienes cazarán animales de monte o recolectarán las flores en el rancho. “Los hombres matan los animales y traen el tepezcuintle, nosotras hacemos los tamales y los guisos. A mí me gusta ponerle de todos los guisos a mis muertos, que cuando se vuelvan a ir se vayan con la panza llena, aunque ahora cada día es más difícil complacerlos”, dice.

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Foto: Eder Mc Yanni

Doña Conchita hace poco menos de un año perdió una pierna. El altar tradicional va retrasado, ya no tiene la movilidad que antes tenía para armar los arcos altos con flores y poner una mesa sobre otra. Tampoco quiere molestar a sus hijos porque dice que ellos tienen que seguir la tradición con los altares en sus propias casas y vecindarios; además de que le molesta las prohibiciones recientes de cuidar animales que se guarecen en la ceiba y las huleras 

“A mí nadie me prohíbe qué animales poner en el altar, yo siempre le pido a mis hijos que los traigan, eso les toca a ellos y a nosotras pasar la noche en vela cocinando. Me ayuda mi nuera aunque tiene 14 días de haber parido, y también ya le enseño a mi nieta, sólo vienen nuestros muertos una vez al año, no podemos despreciarlos con cosas pequeñas”, cuenta Doña Concepción, sentada en su silla de ruedas mientras limpia en un balde la carne de conejos pelados.

100 años de tradición con estampas de santos

 

La festividad en San José Chiltepec tiene un arraigo de más de 100 años. No existe una fecha exacta, pero era aquel tiempo cuando en la población todavía no tenían luz eléctrica y era común se desbordara el río caudaloso que llega al Papaloapan, cuenta Joel Avendaño Agustín, cronista del municipio, que también tienen en su familia una gran tradición con los altares.

“La festividad es de origen religioso, los altares llevan estampas para recordar a todos los santos católicos y después llevan las fotos de los difuntos. En Chiltepec tradicionalmente no le metemos elementos de plástico o papel picado, todo debe ser natural, flores sembradas por la comunidad, palmitas del cerro, flor de cempasúchil y moco de pavo”, relata.

Avendaño Agustín dice que los preparativos para la fiesta de muertos la empiezan desde junio. A medio año comienzan sembrando las flores y luego del 16 de julio, cuando terminan las fiestas de la Virgen del Carmen, la población empieza a planear los altares, cuya inversión promedio por familia oscila entre 12 y 16 mil pesos.

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“Antes la tradición era más grande porque la gente tenía en sus patios los animales y cazaban amadillos, tepescuincle, jabalí o tejón, y esa era la ofrenda a los difuntos que vienen. Ahora ha ido cambiando, escasean a veces los animales del monte y se complica encontrar buena fruta”, cuenta Joel. Dice que a él la tradición se la inculcó su abuelo, que fue rezandero, y él se la heredó a sus hijos, que aunque ya no radican en la comunidad, cada año le mandan fotos de los altares que hacen de estilo chiltepecano en ciudades del norte o el occidente de México donde se encuentran trabajando.

Luces en bejuco, luz de los muertos 

Don Bricio Leyva tiene 87 años y su altar es quizá el de mayor tradición en el pueblo. Lo realiza desde que tenía 15 años. Conoce los secretos de los tablones y sus símbolos. Toda su vida ha sido maestro albañil y campesino, pero el trabajo al que más amor le tiene es a la elaboración de velas para los fieles difuntos, un trabajo que realiza desde hace 75 años.

“Yo hago mis propias velas y las vendó. La cera que ocupó es de enjambre de abejas, el hilo es de una mecha de algodón fino con carretes que tienen 20 años”, relata. Su cuerpo se ve cansado, pero se empeña en poner tablones y flores. Dice que el arco del altar representa la puerta del cielo. El altar con 9 pisos es por los 9 días que representa el tiempo en que el muerto tarda en ascender al cielo y también los 9 meses que pasan las personas en el vientre antes de llegar a la vida. Los altares con cinco escalones son ofrendas para los niños.

El altar de don Bricio Leyva tiene carne de armadillo, un cerdo salvaje tostado al que se le notan los colmillos, veladoras de colores con imágenes de santos católicos, un tamal que llaman siete cueros, que son capas de frijol y masa,  y junto al arco de flores amarillas, están las velas de cera de abeja que él hizo con sus manos con bejucos traídos del cerro, la fuente de luz que alumbrará durante la noche a los muertos.

GPP

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