En Opinión De...

   En opinión de Mauricio Carrera  
 Odisear / 15  

En la triste soledad de la multitud, un niño jugaba con su perro.

Hay hombres que se visten de casa vacía, de árbol seco sin una infancia de mascotas retozonas o caricias bondadosas.

Odiseo parecía eterno en su niñez. Nunca crecería. ¿Para qué, si era feliz y de un charco hacía un mar en tormenta, de una banqueta un precipicio o una muralla?

-No salgas y no le abras a nadie –le había advertido su mamá, rumbo a la Merced para surtir su puesto de tacos y deliciosas salsas.

-No –Odiseo sabía la respuesta, así que la dijo tajante.

-Regreso pronto.

Anticlea, por si las dudas, le echó llave a la puerta.

Todavía le dijo, con voz más fuerte para que se escuchara detrás de una ventana:

-¡Y si se caga tu perro, limpias! Tan chiquito y tan cagón, ese Argos…

-Sí, mamá –respondió con desgano.Sin embargo, no hay puertas cerradas para un niño que se aburre.

Odiseo se escabulló por una ventana que, enrejada y todo, permitía que pasara su cuerpo y el de Argos.

En la calle, se sintió contento y a sus anchas. Lo suyo era el mundo gordo y ajeno. Llevaba a Argos atado de un cordel rojo. El perro olfateó un árbol, levantó la pata y orinó.

El lestrigón lo observaba. Caminaba del otro lado de la acera, discreto, sí, sin llamar la atención, pero viendo a Odiseo jugar, conversar con su perro, andar por la vida tan inocente. Se saboreó, sintió el nacimiento de una tímida erección al imaginarlo en sus brazos y luego partido en cachitos, en un taco, en ricos bocados de su carne de niño.

Hay hombres que se visten de casa vacía, de árbol seco sin una infancia de mascotas retozonas o caricias bondadosas.

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