En opinión de Joel Hernández Santiago
Violencia: País escarlata
Joel Hernández Santiago
En México cada día que pasa hay más y más violencia criminal. Dolorosa. Indignante. Y asimismo, cada día que pasa, vemos a un México que no conocíamos; irreconocible en lo que había sido, orgulloso de su origen y de su historia; un país que con todo y los problemas que naturalmente tiene toda nación, sus habitantes vivíamos en convivencia pacífica, ciertamente con algunos fenómenos criminales que eran excepción y no regla, como hoy parece ser.
En gran parte del país la gente sigue su cotidianeidad. Trabaja, se esfuerza, lucha por conseguir una mejor condición de vida, lucha porque la familia esté unida, porque los muchachos y muchachas vayan a la escuela para ser “alguien en la vida”…
… Y esta gente persigue el ideal de la felicidad y el todo cumplido para todos, que no sólo es promesa íntima como también ha sido la cantaleta de los políticos mexicanos cuando están en campaña, aunque luego hagan todo lo contrario. A todo esto hay que agregarle algo que hoy se incorpora a la conciencia nacional: el miedo.
Esto es así porque vivimos un país con una grave enfermedad: la de la confrontación, la de la polarización, la de la indolencia, la de la violencia. Un mexicano extrañamente violento ha aparecido; dispuesto a arriesgar su propia vida por algo tan irreal como la felicidad criminal.
¿De dónde surge esta gente que es capaz de las atrocidades que hoy conocemos día a día en México? Sin duda el origen está en la pobreza, en la falta de alicientes para el presente y para el futuro, en la falta de educación que los sensibilice para luchar ante los grandes problemas familiares, sociales y públicos. En la falta de gobiernos incapaces de solucionar el déficit social y económico, la marginación y la estratificación social.
Eso es: la pobreza es el origen de todo esto. Y la lucha por ser “alguien en la vida” aunque en este caso se trastoque ese ideal por el del odio irracional y la violencia inaudita. Por supuesto hay excepciones: criminales natos, aquellos que llevan en su psique el odio y el desahogo criminal por sí mismo. Porque es de ellos esta actitud y porque así suponen que viven.
Pero también, a todo esto, subyace como herencia el discurso de odio que se emitió día a día durante seis años que no concluyeron el 30 de septiembre pasado. Hoy mismo parece replicarse en Palacio Nacional.
Antes, de 2018 a 2024 esta forma de insaculación de odio produjo más de 200 mil muertos por homicidio doloso en el país, lo que se extiende a que hoy mismo, apenas a unos cuantos días de iniciado este nuevo sexenio de gobierno federal han ocurrido ya dos mil asesinatos dolosos.
La ingobernabilidad nacional parece estar a la vista.
El crimen organizado parece tomar las riendas de vida de muchos estados del país. No sólo por sus actividades ilegales, como también por el grado de violencia que muestran al confrontarse entre ellos por el predominio de plazas importantes para sus actividades, sin importarles si causan dolor a gente que no tenía nada que ver en sus asuntos.
También es cierto que se han involucrado en la política nacional, estatal y municipal: Han enviado a sus emisarios para ocupar plazas de en la función pública como legislativas, en gobiernos federales, estatales o municipales. Y los habitantes de estos lugares inermes.
A lo ocurrido en Guanajuato apenas, con el estallido de un coche bomba causando estragos y enviando un aviso de extrema violencia y terror, desde el gobierno federal quiere verlo como uno más de los hechos de violencia entre pandillas criminales en su lucha por el territorio.
Luego, lo ocurrido en Guerrero, una vez más, con la muerte múltiple y la confrontación entre fuerzas militares y presuntos delincuentes es también una señal de extremos.
Un grupo de guardias militares que quisieron matar a un ciudadano al que acusaban de pertenecer a la delincuencia sin probarlo y sin someterlo a la justicia es otra mala señal.
Y las señales de cada día en uno y otro estado del país. Las noticias de cada día en medios electrónicos, digitales o impresos son de terror.
Y cierto también. La mayoría de los mexicanos de trabajo y bien hacer siguen su vida, siguen su propia lucha, confían en sí y en su propia buena suerte, y depositan en sus creencias religiosas la esperanza de que todo saldrá bien para cada uno, que todo estará bien, que nada les ocurrirá en ningún momento: Pero esto significa miedo. Un miedo social que tiene al país en vilo.
Se dice que se atacarán las causas en su origen. Y lo dicho: las causas de origen son la pobreza, la marginación, el enojo social: ¿cómo lo van a solucionar? ¿Con discursos de odio? ¿Con discursos en los que los buenos mexicanos fueron los que votaron por nosotros y los malos los que no lo hicieron?…
¿Y el juramento de gobernar para todos los mexicanos y defender a la Constitución y las leyes que de ella emanan? ¿Y entonces por qué tanto manoseo a esa misma Constitución que se juró defender?…
¿Y entonces porque no gobernar incluso para los ‘adversarios’ que también son mexicanos y de trabajo? ¿Y la izquierda –nuestra izquierda anhelada- de justicia social, de igualdad, de democracia y de leyes que protejan a todos los mexicanos y no solo al gobierno?
¿O es que es cierto que estábamos mejor cuando estábamos peor?