En opinión de Jafet Rodrigo Cortés Sosa
Silencio

“Cuando el ruido vuelva a saturar la escena y una sirena rompa con la noche inclemente, no encontraremos nada más pertinente, que decirle a la mente, “detente”, “silencio”.
Jorge Drexler

Saturado por tanto ruido, me encontraba rodeado. Bombardeado por voces que embestían con violencia cuando se lo proponían, hastiado de aquel golpeteo entre murmullos que deseaban ser escuchados para no morir, que se arrancaban unos a otros sílabas y tonos, buscando con urgencia postergar su vida a través de alguien que se inspirara al oírles, alguien que les pudiera recordar.
Aquellas voces también albergaban el recuerdo de una emoción vivida, que se expandía desde la memoria buscando una puerta que le llevara afuera del mundo; ninguna de aquellas palabras quería detenerse un momento, todas, al mismo tiempo revoloteaban en el aire exigiendo atención. Saturando la escena, en ocasiones gritaban chirriantes. Sólo algunas letras eran claras entre tanto caos, sólo algunos tonos podían distinguirse en el mar de lamentos, deseos y cóleras que lo cubrían todo.
El silencio era lo que más anhelaba en ese momento, así que me detuve y las voces me siguieron. Sólo aquellas que toleraron la luz, pudieron acompañarme más lejos, las demás se escondieron en las sombras pronunciando su dolor a la distancia; el silencio forzó a que las voces escucharan sus propios murmullos, algunas murieron asesinadas por estos; sólo quedaron de pie aquellas que tenían algo verdaderamente importante qué decir.

UNA BALANZA
Subestimamos el valor del silencio, adiestrados en la práctica cotidiana de opinar pese a nuestro desconocimiento. Somos dueños de nuestras palabras, por ello es válido decidir no decir nada.
El silencio que propiciamos nos sirve para escuchar, tanto a las demás personas como a nosotros mismos. Tomar ese tiempo para analizar aquello que pensamos y sentimos, ponerlo en una balanza para valorar qué tan importante sería compartirlo.
Detenernos antes de hablar, antes de pronunciar aquellas palabras que nos harían tropezar con nuestra lengua; optar por callar, abrazar el valioso silencio reconociendo cuando no tenemos nada bueno qué decir.

TANTO RUIDO
Todos buscan hablar, decir algo, vendernos algo; pronuncian palabras, levantan la voz, escupen sin pensar en el valor de lo que aportarán. Hablan todos en conjunto, al unísono, formando el coro del escándalo, compuesto por aquellos murmullos que asemejan un inconmensurable avispero, que impide escuchar con claridad y entender qué nos están diciendo.
Las primeras víctimas de aquel bombardeo son las buenas ideas, los argumentos que tienen mayor peso; quedan varadas en la inmensidad de opiniones, sumergidas entre palabras, varadas entre el mar y las tormentas que las arrojan a un pozo que complica toda posibilidad de ser escuchadas, salvadas.
El ruido satura todo lo que toca y la tarea más valiosa que tenemos para combatirlo, es pronunciar aquellas palabras que le pongan un alto, siquiera momentáneo, que nos permita darnos una pausa; pronunciar aquellas palabras que le afronten con severidad y rigor: detente, silencio.

Una entrega de Latitud Megalópolis para Índice Político

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