En opinión de Carlos Ferreyra
De memoria: “Permiso para robar”

Luis Echeverría, con sus neuronas permanentemente en revolución, imagino que podría convertir a cada legación diplomática en un buen muestrario del arte pictórico mexicano.

El mandatario había editado dos enormes libros con reproducciones de pintores mexicanos en poder de coleccionistas privados.

Fue un rescate maravilloso, con las obras empastadas en yute y grandes chapetones de bronce alusivos al contenido.

No eran ediciones para libreros comunes o corrientes sino, más bien, para mostrarlos por ejemplo en la mesa de centro de la sala.

Eran verdaderamente hermosos.

Supuso el mandatario que convencería a los artistas nacionales a pagar sus impuestos mediante la entrega de obra realizada.

Pero esto es México, y aparte de que muchos de los convocados tacharon algunos lienzos sin valor artístico que luego firmaron y quisieron tasar según su autovaloración.

Las obras aceptadas fueron a parar a gran número de embajadas de las que sospechosamente, comenzaron a desaparecer o a ser sustituidas hasta por litografías.

No hubo control real de las obras entregadas en custodia y que debían servir como referencia del arte pictórico mexicano, y de hecho son muy pocas las muestras que se conservan en poder de la Secretaría de Relaciones Exteriores y que conforman un inventario desconocido.

En la Cámara de Senadores llegó como líder Joaquín Gamboa Pascoe, dirigente de los trabajadores capitalinos, quien al abandonar, cumplido su periodo la cámara alta, arrambló con la araña, obra de Tiffany’s, misma que debió sustituirse con una imitación elaborada en talleres mexicanos.

En esa misma dependencia se encontraba la escribanía del Melchor Ocampo y por una oportuna intervención del líder Antonio Riva Palacio, se recuperaron los papeles de la diplomacia insurgente.

El Senado carecía y supongo que sigue careciendo de un sitio apropiado de donde mostrar los bienes nacionales en custodia.

Así, estas reliquias se han conservado en una caja de seguridad que nunca abre nadie ni consulta nadie.

Si todavía existen, serían el pie para la creación de un museo que conjunte los bienes en poder del Congreso en sus dos Cámaras.

De los papeles de la diplomacia insurgente, un oportunista,  director de la Nacional Financiera, con dinero de la institución, los adquirió en Estados Unidos, pagó una millonada y sólo para traérselos al presidente de la Madrid al que hasta las lágrimas le saltaron por el obsequio.

Riva Palacio, aficionado a la localización, rescate y reedición de documentos históricos, se le ocurrió la bendita idea de, en un acto público, comprometer a De la Madrid pidiéndole que tales documentos quedarán en custodia permanente de la Cámara alta.

No conforme, obtuvo papel y tintas de época para editar cien tomos con los documentos de los cuales además hizo un par de millares de reproducciones para difusión pública.

No sé ha sabido nada más de todas estas joyas.

De las que se tiene conocimiento son del desayunador de Carlota que Díaz Ordaz le regaló a la farandulera Irma Serrano. Hoy, nos enteramos que la señora también se apoderó de la recámara de Maximiliano.

Esos muebles que estaban en el Castillo de Chapultepec, costaron la vida del maestro Antonio Arriaga, quien murió desesperado al no poder recuperar esos bienes y a cambio haber sido violentamente insultado y despedido de la dirección del museo de Historia Nacional por el mencionado Díaz Ordaz.

La tigresa a su vez, llevó todos esos muebles a su ridícula casa en Paseo de la Reforma, una sinfonía de terciopelos guinda orlados por cintas doradas. Un verdadero espanto.

La señora vivía un amasiato con un pachuquillo de Monterrey al que nombran “Pato Sambrano”. A tal sujeto y a su pareja masculino, un músico conocido, les entregó su casa con todo y en contenido.

La residencia actualmente se anuncia como una sala de masajes que lleva como extra, dicen, la perspectiva de revolcarse en el lecho de Don Max, donde también lo hizo la actriz.

No hay indicios de que alguien intente recuperar esos bienes y se interese quizá por un inventario de todo lo que posiblemente ha sido sustraído.

Los ejemplos mencionados solo son la constatación de que cuando a un funcionario le entregan una responsabilidad, considere que conlleva la propiedad de los bienes a su cargo.

Son infinidad las historias que se conocen al respecto y es increíble la pasividad con que se conocen estos despojos.

Con la mano larga de los Mario Delgado, los tres alegres vagos y el resto de la familia, debemos de prepararnos para saber, por ejemplo, que la campana de Dolores se encuentra en el pórtico de la finca y lo que nunca sabremos es el destino del monumento a Colón.

Vamos a iniciar un juego de adivinanzas que no me parece que vaya a ser grato para alguien.

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